jueves, 11 de octubre de 2007

Próxima parada

Sabía que estarías en aquel autobús con la mirada verde perdida y la chaqueta sobre el regazo. Sabía desde siempre que me espararías allí sin ni siquiera tú saberlo al igual que yo también lo desconocía. Lo supe al verte, al encontrarme de repente empantanada en tus ojos turbios y tus labios de caramelo. Y saberlo bloqueó mis movimientos, así que avancé de forma mecánica por el pasillo, tan estrecho que al sobrepasarte sentí el roce inocente de mi mano con la tuya, que pendía relajada del reposabrazos.

Me senté, cohibida y sonrojada, dos asientos detrás del tuyo. Observé durante minutos, tal vez horas, tu aspecto reflejado en el cristal. Y sonreí al descifrar aquella sonrisa oculta que yo tan bien conocía desde siempre. Y recordé aquella chaqueta tuya, de pana negra, que de madrugada abandonabas en la silla mientras nos escondíamos en la cama de la neblina con la que las noches desapacibles despedían al otoño.

Tú eras para mí. Yo era para tí. Entonces supe que ya nunca sería. Seguí con la mirada tu trayecto por el pasillo. Te bajaste en Esperanza.