martes, 13 de febrero de 2007

El gato en el sillón


Aquel amanecer le estaba costando un esfuerzo inmenso abrir los ojos, sentía plomo en sus párpados. Pero una visión desconcertante la despertó de inmediato. Como si le hubieran vertido un jarro de agua fría, se sintió alerta al instante.

Un gato atigrado de un intenso color naranja la observaba inmutable desde el sillón que ocupaba la esquina del dormitorio. Tras unos segundos de desconcierto, se acercó a él muy despacio, temiendo a cada paso que el felino reaccionase de forma violenta.

¿Cómo habría llegado hasta allí? Quizá por alguna ventana, aunque creía recordar que las había cerrado a cal y canto la noche anterior. La revisión de las ventanas fue la primera medida que decidió tomar. Resultó que todas estaban cerradas, como ella recordaba, y la puerta, con el pestillo echado. Aquello se le antojó imposible. Volvió al dormitorio, y el gato anaranjado seguía en el sillón de la esquina. La miró fijamente y maulló.

Tenía que estar en el trabajo en media hora, así que decidió dejar al gato en casa, y resolver la situación por la tarde. Quizá cuando ella regresara, el gato se habría marchado por el mismo sitio por el que logró entrar.

Esa tarde llegó a casa más pronto que ninguna. Se frotó los ojos con incredulidad cuando comprobó que el gato seguía en el sillón. Había cambiado de postura, y descansaba enroscado con la cabeza escondida. Ella estaba hambrienta, y mientras preparaba la comida, pensó que quizá él también lo estaría. Abrió una lata de mejillones, y llenó una taza con agua templada. Intentó recordar si los gatos bebían leche. Se decidió por el agua. Ella abrió una cerveza.

Por extraño que pareciera, el gato no probó bocado. Ella abrió entonces una lata de atún, la cual no dio ningún resultado. El animal no reaccionó tampoco al olor de los calamares, ni de las sardinillas. Ella sació su hambre, y se puso a leer. De vez en cuando, levantaba la vista para comprobar si el gato seguía allí.

Tras varios días, la presencia del felino ya no le era extraña. Más bien al contrario, se había convertido en compañero silencioso de ojos verdes y maullido de despedida.

Pasaron los meses raudos, aunque sigilosos. El gato permaneció en el sillón de la esquina semanas y semanas, ella terminó por convencerse de que se alimentaba del aire. Una mañana, al despertar, no encontró al gato cuando levantó la mirada. En su sillón, encontró tan solo pelusa anaranjada y el hueco con la forma del cuerpo del animal. Salió a la calle desconsolada por la pérdida de su amigo. Al salir del portal, su cuerpo chocó violentamente contra un hombre alto, ella miró hacia arriba para disculparse y, al hacerlo, descubrió una mata de pelo pelirroja y unos ojos almendrados la miraban al tiempo que le decía: "tenía muchas ganas de hablarte".
Imagen: Pablo Picasso, "Gato devorando un pájaro"

2 comentarios:

servidora dijo...

Te echaba de menos :-)

Catuxa dijo...

Ejem, acabo de encontrar los últimos comentarios esperando mi visto bueno (estaban escondidos, que conste)... Me hizo ilusión el hallazgo, tenía ya la mosca detrás de la oreja.

Servidora: yo también te sigo aunque no comente. Y espero escribir un poco más. Últimamente me esfuerzoe en perseguir a la Inspiración, pero corre más que yo (debe ser que no fuma), y no la alcanzo.

Cabri: a tí no hay quien te censure. Y sobra decir que el Mor es todo dulzura, pero de la auténtica, sin pulir.

Besinos