jueves, 26 de febrero de 2009

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Al alba volví a ser niña. A esa sensación olvidada. Y fue fácil.
En la antesala de la realidad, pero sin haber cerrado aún la puerta de los sueños, me estiré.
Me estiré largo y tendido bajo las sábanas, madriguera cálida y protectora.
El tiempo fue mío. El espacio también.
Hoy le estoy ganando la batalla al enemigo.
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miércoles, 25 de febrero de 2009

Sueños segunda parte

Otro sueño que me despierta demasiado pronto. Perpleja y profundamente triste. A los gallos aún les quedan horas para cantar su serenata de las siete. Yo ando por un camino de tierra, y por el verde deduzco que no he salido de Asturias.
Parece una historia corriente, un día de verano en Santa Marina. Pero de pronto, siento una punzada en el pecho. Me la provoca la siguiente escena. Somos tres: M., Güelito, yo. Avanzamos por el camino de tierra. Güelito no camina bien y se apoya en nosotras para continuar. Pregunta si puede llevarse una linterna. Dice que le gustaría tener luz hasta que llegue el momento. El ataúd más bien parece una taquilla de instituto. Es metálico y tiene tres rejillas en la parte superior. Yo siento una angustia terrible. No quiero dejarle allí pero lo asumo. Es lo que toca. M. le explica que no tardará en morir, que es cuestión de horas.
Es el sueño más horrible que recuerdo. Y lo más triste de todo ha sido volver a oír su voz... Google intenta convencerme de la bondad de su significado: Se supone que me despido del pasado y dejo atrás el dolor.
No, no y no. Me niego a despedirme, aunque ya no esté. Aunque duela. Es más, me gusta que me duela porque el dolor es la medida de cuánto le quiero. Para mí, como dice M., sigue estando. En el muro de Santa o en el prao con las oveyas. Y por supuesto, siempre estará con su tesorín.
Mientras tanto, sigo con la vida al revés. Pero esa es otra historia. Así que la dejo para otro día. Y esa será a tu salud, Servidora.

jueves, 19 de febrero de 2009

No me fiervas la sangre

Soñaba algo así: Romper las paredes a patadas. Inspirar una bocanada de aire fresco. Retenerla. Gritar. Tú estás a mi lado. Encima, el cielo azul manchado de algodón. Debajo, el gris de Oviedo rodeado de una alfombra verde.
Me levanté somnolienta. Como una autómata, seguí el ritual matutino: me lavé la cara a conciencia, cerré el grifo, levanté la cabeza y me miré detenidamente en el espejo. Entonces, un torrente de sangre comenzó a brotarme de la nariz. El chorro rojo oscuro parecía salir de un grifo interno que se hubiera roto de repente. Me asusté. Siempre me había asustado sangrar por la nariz, aunque sólo fuera un hilillo, porque no era una cosa habitual en mí, ni siquiera siendo niña. Pero este chorro era distinto. Era torrencial. Traté de detenerlo metiendome bolas de papel higiénico en las fosas nasales. Pero era una lucha inútil: la sangre empapaba el papel demasiado rápido y seguía manando sin cesar. En el suelo, un charco rojo rodeaba mis pies.

Entonces sonó el teléfono. Eras tú, ya habías llegado a Madrid y me llamabas para despertarme. -Buf, estaba soñando- razoné mientras mi mente empezaba a salir del letargo. Más tarde indagué acerca del significado de aquel sueño. Me quedé con la boca abierta cuando leí "ausencia de la persona amada". Ahora me pregunto: ¿a quién echaba de menos? ¿Sólo a ti? ¿O también a El Moreno? "No me fiervas la sangre", solía decir.