jueves, 20 de enero de 2011

pesadillas/1

El centro comercial estaba abarrotado
busco algo que está en la última planta
así que subo las escaleras mecánicas,
pero arriba no hay nada, sólo espacio
un laberinto blanco y vacío de mil metros cuadrados.

De pronto tengo ganas de hacer pis
y veo un baño para el personal.
No hay personal, así que nadie me dirá nada si lo uso.

Cuando salgo, noto que alguien me vigila,
busco las escaleras mecánicas para volver al piso inferior
donde el centro comercial aun era un centro comercial
con tiendas y gente y sonido y carritos de la compra.
Bajó las escaleras mecánicas corriendo,
tropiezo pero no caigo.

Cuando alcanzo el piso inferior
descubro que, ahora,
también está vacío,
pero los pasos me siguen de cerca
así que no puedo parar.

Busco la salida.
Salgo corriendo hacia mi coche.
Cuando estoy a punto de abrir la puerta
con el mando automático
siento un disparo
y  me horrorizo:
a mi izquierda,
el conductor de la plaza de al lado
yace muerto en su asiento.

No puedo moverme.
Estoy paralizada
pero ya nadie dispara.

Entonces aparecen dos hombres
que discuten.
No sé por qué
pero intento separarles.

Es demasiado tarde:
uno de ellos le ha clavado un dedo al otro
en un costado.
Primero un chorro de sangre nos salpica a los tres.
Después yo intento detener la hemorragia.
Cuando me acerco veo un agujero del tamaño de un desagüe,
los intestinos y los órganos bañados en sangre.

Entonces,
comienzan a caer del cielo helicópteros en miniatura .
miro hacia arriba y descubro que los lanza un helicóptero de tamaño real.
Es la Guadia Civil.

El que le ha clavado el dedo al otro me dice:
"son para que los conductores los lleven en el coche
por un tema de seguridad, según los guripas,
pero en realidad es una forma de controlarte".

Recojo tres helicópteros de miniatura del suelo
y me meto con ellos en el coche.
Los otros dos se quedan allí,
uno desangrandose en el suelo
el otro arrodillado junto a él.
Yo sé que no puedo hacer nada por ellos
porque ellos no han hecho nada por ellos mismos.

Me voy a casa.
Mi abuela está enferma en la cama.
Me estremezco al verla:
en pocas horas ha adelgazado veinte kilos.
Le cojo la mano,
se la acaricio,
como hacía con mi abuelo.

Me aterroriza adelantarme, saber
lo que viene de ahora en adelante.
Pero me aterroriza aún más
que ella también lo sepa.

Llaman al timbre.
Es un amigo transformado en gato
que me cuenta historias que sólo yo entiendo.
Mi abuela pregunta:
"y este gato, ¿de dónde ha salido?"
Yo le digo: "es un viejo amigo".

Vuelve a sonar el timbre.
Ahora es J.
Sin mirarme a la cara dice:
"me voy a El Jardín."
Me extraña,
no es J. un habitual
de discotecas trasnochadas.

No digo nada,
se va.

Horas mas tarde
suena el timbre de nuevo.
Pienso "es Juanjo".
Pero en la puerta
aparece mi hermano
con una borrachera monumental.

Entonces escucho la melodía de mi móvil,
pero cuando lo cojo descubro que
no es mi móvil el que suena.

Sigo el timbre,
sale de la maleta de J.
La abro
y encuentro un móvil igual al mío
que no es el mío
y que suena igual.

No me atrevo a contestar.

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