lunes, 15 de enero de 2007

...

Se levantó fatigada. La niebla, otra vez.
Ni las nubes ni la sensación de ahogo desaparecieron en todo el día.
Y una vez más, no hubo un ¿qué tal?
Mañana Sol, por favor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuidado con los soles, que a veces ciegan

(Sol, déjame en paz....
la luna me ilumina en esta ruina entra la claridad...)

Anónimo dijo...

Era grande, inmenso, majestuoso: un ejemplo de por dónde van los tiempos. Desde la última de sus 50 plantas, se podía divisar madrid entero y sentirse uno como aquellos reyes legendarios que abrían la mano desde lo alto de la montaña y decían "todo esto es mío".

El edificio no era de nadie, como corresponde a la época actual: cristales transparentes dejaban ver un interior en el que no había nada que ocultar, porque lo que había para ocultar estaba en otra parte.

Lo más poderoso de la abogacía, de la asesoría, y de otras formas modernas de piratería se concentraba en cada una de sus plantas.

Los pasillos respiraban formalidad, recia educación, trajes a medida, maletines y poder.

Estaba ahí, levantado en el corazón y acorazado contra todo posible ataque. Sabía quien era y a dónde iba.

De repente, una chispa saltó en alguna parte del Windsor, y todo cambió.

Como mi madre, que lo cambió todo por una mirada.

Fdo: Radio Ritmo.

servidora dijo...

Y luz.
Y calorcito en la espalda.
Y sentarse en un banquillo (o donde sea) y estirarse como un gato al solete...

Tienes razón: la niebla ahoga.

Un beso...