lunes, 8 de enero de 2007

Curro

Cada noche, Curro salía a pasear con él. A pesar de la lluvia, de los partidos de Champions, o de la visita de la suegra: cuando la jornada tocaba fin, a la misma hora, Curro paseaba con él, ya entrada la noche. Juntos recorrían siempre la misma manzana de aquella ciudad gris. En silencio. Entre ellos, sobraban las palabras. Hasta que una oscura noche lluviosa, él apareció solo, refugiándose en un viejo paraguas. Se paró en cada esquina, con el movimiento mecánico, adquirido por la repetición de la costumbre. Con sus pies ya empapados, avanzó unos pasos y miró atrás, buscando a su pequeño Curro, que solía olfatear cada farola con detenimiento, mientras él, paciente, observaba su ritual. Pero aquella noche Curro no estaba. Y no volvió a acompañarle en aquellos paseos nocturnos. Él siguió recorriendo la misma manzana cada noche de tormenta. Bajo la tempestad, veía a Curro. Y sus lágrimas eran lluvia.

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