viernes, 30 de marzo de 2007

Dos mil noches y otros tantos días

Me acuerdo y no quiero acordarme de las cosas que olvidé decirte y los sueños que quedaron por soñar. Los días se deslizaron en un tobogán con destino a Nada, a un momento álgido de tristeza empañada en lágrimas y nudos en las gargantas, en los estómagos; y en la maleta todas las prendas enmarañadas, esperando que un centrifugado borre las huellas y el dolor de perderte y este castigo de saber que no puedo tenerte cada noche entre mis sábanas, ni intuir el brillo de tus ojos cuando rompes el silencio de la mañana.

Dejé atrás nuestro nido y nuestro gato y nuestras dos mil noches, y ni siquiera imaginas cuantas veces nos sueño en aquel coche empañado, en los bancos y los parques bajo los faroles de enero, encerrados en nuestros seis metros cuadrados, sintiéndonos fuertes y a salvo en tiempos adversos. Nos sueño en el chino, en El Quijote, tú a la sombra, yo en el sol; los dos bajo la Luna en la Malvarrosa, con la barriga henchida por los analgésicos y la sangría Don Simón. Cuidando y llorando a Benicio, bebito de pecas en el hocico. Repartiendo sacas por Aluche. Cocinando berzas mientras tú liabas incansable. Tardes en Las Ventas estudiando Derecho de la Información mientras tú acomodabas a los taurinos.

Días, noches, madrugadas. Y ahora Nada me los devuelve envueltos en niebla. Huelo, y huele a tierra húmeda, a prao. Significa que estás lejos, pisando el asfalto que tanto odiaba y que ahora sueño. Me acuerdo y no quiero acordarme: duele.

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