viernes, 29 de junio de 2007

Solidão

“Pisa el acelerador”, le insistía Sabina desde los altavoces. Ella pisaba y acompañaba a grito pelado a Joaquín en su oda a la liberación femenina, expectante ante la prometedora noche de viernes que tenía por delante. Lucas la esperaba en la plaza del Sol después de dos meses sin verse. Pisó un poco más. Nadie en la carretera. Las farolas seguían sin funcionar y la única iluminación venía del cielo nocturno, en el que la Luna descansaba ausente.

Tras una curva, su corazón frenó en seco. Ante sus ojos aparecieron dos figuras andrajosas que agitaban las manos desde el arcén, sumidos en aquella extraña oscuridad. Redujo mientras buscaba un coche, unos triángulos, una señal que explicara qué hacían dos personas en medio de una autopista a la una de la madrugada. Nada en la carretera.

-¿Pero de dónde demonios salen estos?- pensó en voz alta.

Paró el vehículo unos metros más allá y se bajó con el spray escondido en la manga. Se dirigió en su busca pero no los divisaba.

-No puedes ir a la ciudad.

Ella se giró en dirección a la voz, sobresaltada.

-¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí?

-Somos cualquiera. Nadie en particular. Sólo queremos salvar a los pocos que aún no han entrado en la ciudad.

-¿Salvar de qué?- Ella retrocedía sobre sus pasos, con el puño apretado alrededor del spray.

-Debes quedarte aquí y esperar. Mañana todo habrá pasado y podrás entrar tranquila en tu ciudad.

Ella estudió las dos figuras que tenía delante. No parecían amenazantes, pero su aspecto era peculiar. Vestían ropas desgastadas y sus ojos desprendían un brillo extraño. Estaban nerviosos los dos. La mujer, que aún no había abierto la boca, habló al fin.

-Los meditabundos han ocupado la ciudad. Dicen que deben hacer una limpieza, que el mundo está cada vez más sucio, sucio por dentro de los corazones, sucio detrás de los párpados y sucio debajo de las lenguas. Sólo necesitan esta noche. Tú estás a tiempo de salvarte.

-Pero… Lucas me espera en la plaza del Sol. Tengo que ir. Tengo que encontrarle.

-Es demasiado tarde, ya no podrá salir. Y tú debes esperar a que acaben la limpieza. Son drásticos en su trabajo. Ahí no quedará títere con cabeza.

En un rápido movimiento, dirigió el spray hacia los dos extraños, contuvo la respiración y apretó el botón. Salió corriendo sin mirar atrás, mientras ellos tosían y se retorcían. Arrancó el motor. Sabina le aconsejó “pisa el acelerador, no tengas miedo".

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La había llamado durante la noche insistentemente sin resultado.

-Seguro que viajaba con esa condenada música a tope- pensó.

Lucas no podía dormir, la cama del motel estaba desvencijada y las sábanas desgastadas. Pero lo que le quitaba el sueño era no haber podido dar con ella, no haberla avisado de que el plan quedaba cancelado. El coche estaba averiado y el móvil sin batería. Estaba atrapado en aquel sucio motel perdido en medio de la nada.

Por la mañana se levantó muy temprano. Aún no había amanecido cuando el espejo le dio los malos días. Pero Lucas estaba animado, por fin saldría de allí y la abrazaría. La abrazaría muy fuerte. Eran las 7 de la mañana cuando entró en la ciudad. No había nadie en las calles. Parecía una mañana tranquila, una mañana de sábado como cualquier otra.

Llegó al portal y llamó al timbre. Una, dos, veinte veces. Sin respuesta. Dos vagabundos lo observaban tristes desde la esquina.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho tu blog y tus relatos, he vuelto a leer el del viernes y el de "Efesios". La verdad que se te da muy bien y no es peloteo... Ta lueguín!

servidora dijo...

Acabo de decidir que odio a los meditabundos. ¿Qué querían limpiar, exactamente? ¿A los que viven sin tanta meditación? Que sigan meditando... y que no limpien a los que viven.

Es un encanto leerte, buena mujer :-)

Mars Attacks dijo...

Fascinante. Yo no arremetería tan alegremente contra los meditabundos. Quizá tenían buenas razones.

Anónimo dijo...

Ves? Siempre es el hombre el que la lia... ¿¿¿Pero el puñetero Lucas no llevaba el cargador del movil en la maleta??? Así no hay manera!!!