lunes, 22 de enero de 2007

Prados ya es mamá

La osa mayor

da teta a sus estrellas

panza arriba:

gruñe y gruñe.

¡Estrellas niñas, huid;

estrellitas tiernas!



Federico García Lorca


lunes, 15 de enero de 2007

...

Se levantó fatigada. La niebla, otra vez.
Ni las nubes ni la sensación de ahogo desaparecieron en todo el día.
Y una vez más, no hubo un ¿qué tal?
Mañana Sol, por favor.

lunes, 8 de enero de 2007

Curro

Cada noche, Curro salía a pasear con él. A pesar de la lluvia, de los partidos de Champions, o de la visita de la suegra: cuando la jornada tocaba fin, a la misma hora, Curro paseaba con él, ya entrada la noche. Juntos recorrían siempre la misma manzana de aquella ciudad gris. En silencio. Entre ellos, sobraban las palabras. Hasta que una oscura noche lluviosa, él apareció solo, refugiándose en un viejo paraguas. Se paró en cada esquina, con el movimiento mecánico, adquirido por la repetición de la costumbre. Con sus pies ya empapados, avanzó unos pasos y miró atrás, buscando a su pequeño Curro, que solía olfatear cada farola con detenimiento, mientras él, paciente, observaba su ritual. Pero aquella noche Curro no estaba. Y no volvió a acompañarle en aquellos paseos nocturnos. Él siguió recorriendo la misma manzana cada noche de tormenta. Bajo la tempestad, veía a Curro. Y sus lágrimas eran lluvia.

miércoles, 3 de enero de 2007

Por quién doblan las campanas

Nadie es una isla, completo en sí mismo, cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra, si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
John Donne, "Meditación XVII", Devotions Upon Emergent Occasions, 1624

martes, 2 de enero de 2007

...

Entras en el bus, una vez más. El dolor se columpia en mi pecho. Sensación de sobra conocida, pero inevitable, el nudo en la garganta sustituye a tu abrazo y tu aliento en mi cara. Te busco desesperada con la mirada, pero los cristales ahumados del autobus no me dejan localizarte entre la masa. Por fin, pegas tu cara al cristal y te veo por última vez, tirándome besos a mansalva. Y entonces sé cuánto te quiero y cuánto me quieres tú a mí, y es que lo nuestro ya no tiene remedio.